Prensa Pablo Pérez
Pablo
Pérez
No hay cambio alguno, pues siguen usando
el mismo método que les ha dado algunas victorias y reveses. El discurso sigue
lleno de lugares comunes y las acciones continúan siendo represivas. No hay
voluntad de entender lo que ocurre. Para ellos es la oposición apátrida,
Estados Unidos y el imperialismo mundial que atentan contra la felicidad
suprema que se vive en Venezuela.
Aquí hay una gran verdad: el país ya
tiene más de 12 días en la calle y el gobierno va de montaje en montaje
queriendo descalificar las manifestaciones. Como no les sirvió de nada acusar
de violentos a los estudiantes, ahora alegan que es un plan de los Estados
Unidos y del expresidente colombiano, Álvaro Uribe.
Yo mismo lo viví en la marcha del 12 de
febrero en Maracaibo. No me lo contaron, sino que lo percibí de primera mano.
Hay un pueblo que no sólo reclama mayor democracia, sino que protesta por la inseguridad,
la escasez generalizada, una inflación desbordada y lo peor: la pérdida de
esperanza.
Ese día salí convencido que si hay un
futuro mejor para Venezuela. Y si el oficialismo quiere ser parte de ese futuro
debe escuchar, admitir sus errores y cambiar el modelo. Lo he dicho varias
veces, la solución de fondo a la crisis es que Maduro y el oficialismo acepten
que el modelo socialista fracasó, que es inviable y no trae felicidad a los
venezolanos.
Basta de represión y de montajes
propagandísticos. La protesta es legal en Venezuela. Lo ilegal es que el
gobierno use a sus colectivos armados como fuerzas paramilitares que pretenden
hacer el trabajo sucio. Lo inconstitucional es utilizar al Poder Judicial como
arma política para perseguir como es el caso de tantos estudiantes que han sido
detenidos y el de Leopoldo López.
Preocupa demasiado que en el asesinato
del joven Bassil Dacosta puedan estar involucrados funcionarios del Sebin, como
demuestra una investigación del diario Últimas Noticias. Eso implica dos cosas.
La primera que están usando armas de fuego contra los manifestantes, cuando eso
está prohibido. Y segundo, el uso de ese cuerpo de inteligencia para reprimir, es un claro signo de desesperación.
Me uno al dolor colectivo por las tres
muertes ocurridas hasta ahora y acompaño a todos los lesionados y encarcelados
por reclamar sus derechos. Y me sumo a la petición colectiva para que el
Gobierno escuche y dialogue, no que invite al país a un monólogo.
Maduro no debe seguir intentando apagar
el fuego con gasolina. Las bombas, maltratos y acusaciones sólo aumentan la
tensión. Han pasado más de 12 días y la protesta se incrementa. Es tanta la
presión social que ya veo a un gobierno dividido y con discrepancias en torno a
lo que se debe hacer para atender la crisis.
Lo peor para el gobierno es que en tiempo
de globalización y redes sociales, es imposible que se esconda la realidad de
lo que está ocurriendo en Venezuela. De hecho las presiones y la mordaza que
han impuesto a la mayor parte de los medios, no les ha dado resultado.
Y cómo esconder la crisis si todos los
venezolanos sentimos la inflación, inseguridad y escasez. Como decir que el
pueblo está feliz, si el ciudadano está cada día más molesto con las colas y la
ineficacia de un gobierno que manejó todo el dinero del mundo y no solucionó,
sino que agravó los principales problemas.
La crisis económica devino en una crisis
social y ésta en una política. El alegato de un golpe de estado desde la
oposición es infeliz. Y si hay algún plan para atentar contra la Constitución
será de quienes tienen el poder y las armas. El país está y seguirá pacíficamente
en la calle, pero lo más preocupante para el oficialismo es que todos los días
surgen nuevos problemas que impulsan el descontento. La solución está en un
diálogo sincero y un oportuno cambio de rumbo.
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