Pablo Pérez
La
carta de “despedida” del exministro Jorge Giordani no debe
sorprender a nadie. Creo que muchos más que hoy son parte del oficialismo,
están pensando en una retirada honrosa antes que el colapso llegue. No es para
menos, pues el tamaño del fracaso es descomunal y no quieren estar a bordo
cuando termine de caer el proceso.
Todo
indica que esa carta forma parte de una estrategia que buscar achacar a Maduro
la plena responsabilidad del estallido social que está por llegar. Quieren
excluir a Chávez de la debacle que se aproxima como dolorosa consecuencia de 15
años de torpezas y equivocaciones.
Pero
no sólo Giordani hurgó en el desastre económico, sino que dio señales
bien claras sobre la rebatiña interna, la falta de unidad y la elevada
corrupción que está acabando con los recursos del país. La revolución está
herida de muerte por sus propios errores.
El
llamado “Monje” alertó al chavismo radical sobre el cambio no sólo del
modelo, sino la exclusión de las ideas fundamentales de Chávez, a quien profesa
un culto enfermizo. Insistió en la ausencia de liderazgo en la Presidencia y en
los daños que eso está causando a Venezuela.
Recalcó
la corrupción que carcome los cimientos de la estabilidad del
país. Recordó los 20 mil millones de dólares que empresas de maletín
con la complicidad de funcionarios en todos los niveles, se llevaron del país y
aún no hay un solo culpable señalado.
Indicó
que el oficialismo hoy es un istmo donde cada sector poderoso tiene sus cuotas
de poder y abusa de ese poder para seguir aumentando la fortuna de sus líderes.
De hecho mencionó directamente a Rafael Ramírez cuando habló de la excesiva
independencia de PDVSA y que prevalecen los intereses personales.
Si
bien es cierto que Giordani no puede rehuir de sus responsabilidades en la
crisis, hizo una radiografía muy clara del deterioro que vive Venezuela. Claro
está, la enfermedad empezó hace muchos años atrás, aunque desde hace más de un
año hizo metástasis en todo el país.
No
es nada sencilla la crisis que vivimos. Aún con un abandono total del modelo
socialista y la construcción de una coalición nacional, se necesitará de mucho
tiempo y esfuerzo para arreglar lo desarreglado. Todo pasaría por la generación
de confianza, porque hasta eso dinamitó la revolución chavista.
Estamos
en un escenario pre caos peor al que antecedió al estallido del 27 de
febrero de 1989. En aquel entonces el país sintió los rigores de un necesario
ajuste de la economía que, entre otras medidas, trajo un aumento de los
combustibles que fue el elemento que terminó de encender la pradera.
Hoy
el aumento de los combustibles ha sido pospuesto, pero hay un factor que
no existía en 1989: escasez. No hay alimentos suficientes, no hay medicamentos
para atender a los enfermos y ni siquiera hay los repuestos para reparar los
vehículos ¿Pero hay dos cosas más que son peores?
La
primera, no tienen dinero suficiente en las arcas del país como consecuencia
del saqueo al que han sometido los dineros públicos. Y este modelo socialista
que sólo desarrolló la economía de puertos, necesita de mucho dinero porque
acabó con la producción nacional.
Y
lo segundo, carecen de ideas y credibilidad para que el pueblo entienda y
acepte que se necesitan medidas muy duras y dolorosas. No hay confianza en
ellos. El país, tal como lo dibuja Giordani, se acerca a una peligrosa debacle.
Pero al ex ministro se le pasó admitir que cuando eso ocurra, él y muchos
más son los responsables de la crisis.
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